Podría gritar, llorar y forcejear, pero prefirió mirar el mar.
Prefirió vencer por defender sus ideas que por traicionarlas.
Prefirió sentir el frío del agua y de las cadenas rozando su piel,
sabiendo que moriría en cualquier momento.
Decidió que esas cadenas solo estaría alrededor de su cintura,
y con su voz citó salmos a modo de espada,
epístolas como cañones en guerra.
Habló y habló, jactándose de todos aquellos que la condenaron.
La marea subía y subía y su mirada se llenó de decepción.
Ella atada a una estaca, por luchar por sus principios,
por salir de lo “común”, por ser ella.
Y como hicieron durante la Edad Media, ella era una pelirroja más,
su muerte esta vez no fue por brujería, pero sí por su perseverancia.
Una mártir más de la opresión.
No moriría en vano y mientras el agua cubría su pecoso rostro,
ella cerraba por última vez sus verdes ojos,
jurando seguir luchando por sus principios,
aun siendo una traidora para todos.
Nuria Gómez

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