Las palmas de mis manos están dañadas.
Quemadas por haber sujetado las cuerdas que me ataban.
Amoratadas.
En carne viva.
Ensangrentadas.
Con astillas.
Y ahora que ya no las sostengo, las heridas escuecen.
Me seco las lágrimas con el dorso de las manos.
Aun así, el aguasal penetra en las llagas y arde.
Grito.
Siempre estoy gritando pero nadie me escucha.
Las he limpiado con el suero de la verdad.
Incluso he probado a envolverlas con tus recuerdos.
Nada.
Soy muy mala para cicatrizar.
Y ellas ya están buscando otra cuerda que agarrar.
Una que encaje en el hueco de la anterior.
Para que las heridas dejen de doler.
Para impedir que yo esté suelta.
Midoblebeta

Qué bonito poema! Triste, pero precioso…
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¡Gracias, Gloria! Nos alegramos de que te guste 🙂
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