Ellos eran, hielo y fuego.
Cuando sus cuerpos se unían,
se fundían en la adversidad.
Una adversidad apacible,
pues la distancia no cabía entre ellos.
Ellos, luz y sombra.
Ella, la luz que alegraba su penumbra.
Él, la oscuridad que consumía su paraíso.
Ellos eran, cielo y tierra.
Él, un ser errante, sin vida.
Ella, el ángel que devolvía el pulso a su corazón.
Ellos eran, calma y disturbio.
Ella, la paz que sostenía la impaciencia de él.
Él, la desesperación que rompía la tranquilidad de ella.
Ellos eran, polos opuestos. Edén e infierno.
Él la arrastró a las profundidades,
y ella consiguió eliminar sus pecados.
Ellos eran, blanco y negro.
Cuando sus corazones entraron en guerra,
encontraron el equilibrio de sus vidas.
Porque sin saber de qué estaban hechas las almas,
entendieron que las suyas eran una sola.
Porque ellos eran uno,
y nadie perturbaría la armonía
que descubrieron en mitad del desastre.
Porque ellos lograron vivir en el ojo del huracán.
Él por ella y ella por él.
Solo ellos.
Nuria Gómez

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